viernes, 29 de agosto de 2008

Tinta

El viejo atravesó el parque inundado de palomas, su andar era pesado y tosco, cada paso era lento, sin embargo, parecía disfrutar el aroma de las pocas flores que nacían como capullo limpio y lozano, Las flores azules le recordaban ciertos besos regalados en noches serenas y frondosas a su corazón. Sin sentirse viejo, añoró escuchar el rugido de un león y quiso escalar montañas, apenas podía con los escalones de la plaza vallada y llena de niños sucios y traviesos, los murmullos infantiles lo llenaban de paz, pero siempre prefirió tener lejos a los niños. Hojas yertas revoloteaban con aire cómplice mientras una figura sin color aguardaba al final del camino.
La tarde se llenó de secuaces. No quedaron más frases hechas por decir.
Lo lamento tanto, se escuchó sin querer.
El día envolvía con su tibieza y el olvido… el olvido…
Señores del jurado, hemos expuesto todo el caso, ustedes tienen ahora la decisión, ustedes dirán…
El crujido de la suela sobre el pavimento era fuerte y sonoro.
He aprendido a conformarme en la vida, pensó.
Los zapatos lo delataban a cada paso. Nadie se percató de su presencia, nadie miró su paso por el camino trazado a un lado del arenero, nadie supo jamás su nombre, mientras los niños se llamaban por apodos ocasionales o haciendo alusión a los colores de sus vestimentas.
Aunque me guste la ráfaga fría y con olor a eucalipto, me conformo con la tibia brisa sin condimento.
¡Vamos al fuego! Esta llama no se extingue, aunque tampoco es eterna.
Señor, señor… reclamaba una voz mocosa.
Un estrepito de historia difusa corrió dentro de sí sin exteriorizar. Le daban ganas de remontar un barrilete y comer gofio.
Una sombra lo envolvió sin notarlo. Fue sombra, fue luz, fue cántaro encendido y brisa envolviendo las hojas. Las suelas de los zapatos ya no chirreaban, no había más que una mancha de tinta en medio del pavimento frío.

martes, 26 de agosto de 2008

Tanto como

FELIZ CUMPLEAÑOS


al autor

domingo, 24 de agosto de 2008

Tempus fugit



Temperamental
En una calle empedrada, con intuición a tango y sabor a Buenos Aires, vi al tiempo pasar corriendo en la penumbra, llevaba un sobretodo gris desprendido y uno de sus bolsillos deshilachado; los gatos al verlo pasar, maullaron molestos presintiendo haber perdido una de sus vidas. La basura aun no había sido retirada de la vereda por el ruidoso camión.
Vi pasar una nube llorona y sucia, impávida a todo y todos, simplemente pasó perdida en un rumbo sin trazar. Pasó también parte de mi niñez sin reconocerme, tal vez temerosa porque eran más de las diez.
Vi pasar un lamento triste, tan triste que ya no tenía motivos. Vi pasar una hoja barrenando viento, vi una estrella con aires de diva cósmica y zapatos gastados, vi una idea huérfana vagar errante en busca de hospedaje: nunca fue recibida.
Vi una canción lamentarse por no haber sido cantada, un bombero entristecerse por no producirse incendios, un tranvía subirse a un barco con deseos de empezar de nuevo en algún país extraño.
Vi pasar tu rostro, aunque reconozco que me posé en la chispa de tus ojos más que en tu rostro indiviso.
¿Me gusta estar al lado del camino? Todo y nada para nada en algún momento.
Un beso caminaba pisando baldosas hambriento de sexo.
Y el río se llevó consigo ciertos deseos, ciertas ideas, ciertos momentos…

Enciendan la luz.
Demoren al tiempo: ¡que no continúe la tarea!
Tempus fugit.

viernes, 22 de agosto de 2008

Teléfono

Tomar el teléfono y escuchar: “felicitaciones usted ha sido preseleccionado…” estoy harto de ganar mentiras. Felicitaciones, se escucha el disco gastado.
Gris, el día se vistió de melancólico atuendo, no faltan los problemas cotidianos que invitan y me convidan fastidio tras fastidio.
Felicitaciones, usted ha sido preseleccionado por nuestra base de datos. Me cansan los relojes más que las horas. No faltan caras tristes y largas. Me acongoja ver ojos llenos de lágrimas, me sumo a la pena y se me hace contagiosa sin quererlo.
Felicitaciones, usted…
La vida me sigue regalando sorpresas tan simples como hermosas. Encontrar un alma errante en mitad de la noche, en medio del tránsito de una avenida sórdida y llena de baches, confundiéndonos en el aliento de un abrazo libre como tregua en medio de tanta vida aguerrida.
Felicitaciones.
Felicitaciones, retumba al oído.
No estoy preparado para tanto éxito.

jueves, 21 de agosto de 2008

Pausa


No s tomamos un alto en la entrega de relatos en T con símbolos, en unos días volverá el humanista a sus andadas del primer minuto del día.

miércoles, 20 de agosto de 2008

correr



foto del día, diario Clarín.

me gustó la imagen.

sábado, 16 de agosto de 2008

Travesura



Mamá no nos dejaba ir más allá del camino que bordea el lago, nos había dicho en cientos de oportunidades que era peligroso, nos había contado historias que repetían los lugareños sobre monstruos terribles que secuestraban a los niños convirtiéndolos en entes sin voluntad propia, como las películas que nos gustaba ver con Juan los viernes a la noche, cuando teníamos permiso de dormir hasta tarde, porque el sábado no teníamos colegio. Monstruos que imaginábamos lleno de pelos y mal olientes, monstruos enormes con rugidos de mil demonios y la fuerza de un toro y la ferocidad de un león. En la primavera recorríamos sendas buscando huellas con nuestros moldes, pero a medida que pasaban los meses el yeso se nos iba poniendo viejo y nosotros quedábamos sin huellas que mostrar.
Las mañanas de sábado desayunábamos a las nueve, era el único momento del día que mamá nos permitía tomar café con leche; cuando sea grande me la voy a pasar tomando café, dijo Juan una vez que mamá lo retó por servirse otra taza sin permiso.
¿y si el monstruo sale de noche? ¿no deberíamos ir de noche al camino que bordea el lago por la noche?¿te animás? Preguntó Juan con una mirada que buscaba complicidad.
Por la tarde preparamos las mochilas con todos los elementos necesarios para la expedición nocturna, sin permiso. Luego de discutir si las linternas encandilarían al monstruo y lamentarnos por no conseguir azufre, habíamos utilizado todo el que teníamos días atrás intentando fabricar pólvora, dejamos nuestras mochilas preparadas sobre un estante de madera al costado de la galería de la casa.
Juan, ¿a vos te parece que vamos a encontrarnos con el monstruo? ¿Por qué saldrán de noche? Si mamá se entera no vamos a salir nunca más de casa.
Calmate, nadie se va a enterar, dijo mientras me mostraba una cámara de fotos con la que pensaba fotografiar a la bestia noctámbula.
La tarde ser hizo de chicle, como ya éramos grandes la siesta era optativa. Optamos por no dormir, pero no por ello dejamos de soñar.
Era preciso armar un recorrido con la imaginación, estábamos eufóricos con la expedición nocturna. La noche tardaba en llegar, el sol se resistía a moverse de su sitio, estático seguía iluminando queriendo evitarnos la noche. Deseamos la oscuridad como nunca en la vida.
Aquella noche comimos sin hambre y rápido, en realidad sólo comimos para que mamá no sospechara, Juan me hizo un gesto que comprendí al instante, siempre nos hablamos con la cara, dicen que un gesto vale más que mil palabras y algo de cierto de haber en eso, porque con Juan simplemente nos mirábamos y sabíamos de que se trataba. Aquel gesto fue preciso: comé para que no sospechen, digamos que vamos a jugar al cuarto y cuando todo esté quieto salimos a buscar las mochilas; o algo por el estilo, ya que los gestos también dejan lugar a ciertas libertades a la hora de interpretar, pero lo entendí así de claro.
Esa noche mamá tardo mucho en dormirse. La luz de su cuarto no se apagaba más.
Seamos pacientes, me repetía Juan a medida que me iba llenando de ansiedad por el encuentro con la bestia, seamos pacientes que en cualquier momento la oscuridad será nuestra aliada.
Un perro le ladraba a la luna, yo podía escuchar mis propios latidos, de noche los sonidos retumban, tienen ecos profundos, todo se escucha más de noche, incluso los susurros con los que nos comunicábamos con Juan. No teníamos reloj, no lo necesitábamos, mediamos el tiempo por el entusiasmo y no tanto por la sucesión cronológica.
Juan… me parece que ya se durmió…
Juan… ¿te dormiste?
Me tapó la boca con la mano, tal vez hablaba demasiado fuerte y con la boca tapada me fue empujando a la puerta trasera para salir. Un chistido corto me obligaba a callar en medio de la penumbra. Tuve un poco de miedo cuando traspasamos la puerta, confieso que la oscuridad siempre me atemorizó, pero el sabor de la aventura era tan grande que podía dejar a un lado los miedos.
Juan buscaría las mochilas mientras yo cerraba muy despacio la puerta trasera, no pude dejar de pensar si al monstruo le gustarían las galletitas de miel y por las dudas busque algunas en la cocina llenando mis bolsillos con muchas, también puse algunas de agua por si al monstruo no le gustaban las dulces.
Juan, susurré, llevo galletitas para el monstruo, ¿vos también querés?
No, tonto, respondió por la ventana.
Juan era más bien práctico, no pensaba mucho en los detalles, a la hora de las grandes aventuras se debía seguir con el itinerario y no le gustaban mucho las complicaciones ni improvisar sobre la marcha. Fue por eso que un tanto se molestó y me llamó tonto, pero a mí no me importó, ya sabía que no me lo decía enserio y también sabía que él sabía que de los detalles siempre me encargaba yo.
Juan, ¿tardaremos mucho?
No me contestó, por eso decidí con los bolsillos repletos, salir cerrando la puerta con el mayor cuidado posible, para no despertar a mamá, porque seguro que si nos veía levantados en medio de la noche nos iba a preguntar qué hacíamos y seguramente no nos hubiera dado permiso para que saliéramos a buscar al monstruo, siempre fue un tanto sobre protectora y por eso a veces debía callarme y no contarle ciertas cosas.
La luna iluminaba nuestros pasos y a medida que caminábamos más se nos acostumbraba la vista. Juan seguí susurrando pero yo no le entendía mucho lo que decía, no sé si había dicho que era una boludez que el monstruo comiera galletitas o algo así de las galletitas, yo le dije que tenía de dos tipos por las dudas y que se las iba a dejar sobre un tronco.
Llegamos al camino que bordea el lago y sacamos las linternas, Juan se colgó la cámara al cuello y la encendió dejándola preparada, porque de ahí en más la suerte estaba echada. Caminamos sigilosos, midiendo cada pisada, para no espantar al monstruo, hasta llegar a un claro cercano al lago y ahí nos atrincheramos a la espera de la venida del monstruo.
Escuchamos unos pasos que se aproximaban hacia donde estábamos, sentí miedo y emoción, le advertí a Juan que me hacía gestos de calma con las manos. Pero…pero, otra vez me tapó la boca.
Se contorneaba no muy lejos la figura de una mujer. Es mamá, Juan, es mamá. Cállate, dijo Juan. En ese instante escuchamos el crujir de ramas secas. Cállate, susurró otra vez pero con más fuerza. El monstruo Juan…
El monstruo no era como lo había descripto mamá, tenía unos ojos grandes y buenazos que no asustaban a nadie, no era tampoco tan alto, sólo le llevaba un par de cabezas a mamá, y mamá no era muy alta que digamos.
No te pude traer las galletitas de miel porque los chicos se las comieron todas… están traviesos, dijo mamá al monstruo que movía la cabeza negando.


viernes, 15 de agosto de 2008

Testigo


La aburrida muchacha se peinaba suave el suave cabello y miraba extraviada por la ventana de la habitación. Antes contaba las cepilladas en grupos pares, de un lado y otro, pero con el pasar del tiempo, su devoción estilística se fue perdiendo a medida que se sentía menos bella. Acostumbraba peinarse frente a la ventana imaginando que veía la fontana di Trevi soñando con una música de ensueño y duendes disfrazados de hombres caballerosos y galantes. Pero su ventana daba a un viejo baldío al sur de la decadente Buenos Aires.
Soñaba sueños fantasiosos con peligro de delirio.
Sueño sueños sin peligro, pensó la pobre muchacha en medio de la tarea de cepillado. Algún día algo sucederá… suspiraba sin remedio y repetitivamente. Algún día una ráfaga semejante a un huracán bendito, vendrá a limpiarnos de todos estos males, a quitarnos pesadumbre a regalarnos algo mejor que la vida.
Un grillo cantaba interminable su balada nocturna…
No podes defender lo indefendible, gritaba desde el baldío un hombre tosco y de mal semblante. No podés, no tenés derecho a seguir defendiendo lo imposible.
La muchacha se vio en medio del baldío tomada del brazo por el tosco hombre que la intimaba entre reproches incomprensibles. No hubo luna aquella noche, las sombras eran oscuras, más difusas que de costumbre.
Los reproches se iban tornando en una riña callejera sin testigos a excepción de la muchacha que se cepillaba el cabello sin orden ni ritmo.
Bailaban en un compás misterioso la codicia y la ambición, en un canto de reproches incesantes, embriagados de anhelos frívolos que acompasaban la pugna. La muchacha no habló, no esbozó siquiera una mueca, simplemente se dejó arrastrar por la toscas manos del hombre convertido en bestia que la sacudía entre brazos mientras la testigo derramaba una lágrima limpia y cristalina. Lloraba en el silencio de la solitaria habitación, lloraba el alma que contemplaba la triste escena en penumbra, lloraba solitaria su soledad.
¿Por qué me reprocha defender mi recuerdo más importante? ¿Por qué querés robarme mi recuerdo más preciado? Se preguntaba la mujer que ahora dejaba el cepillo y se paraba frente a la ventana.
El teléfono sonó dos veces, ella pareció entender que se trataba de una respuesta, de una señal librada a su interpretación.
Ya sé, ya lo sé Luis, ya entendí, dijo en un suspiro frente al vidrio, no digas más…
Te devolveré el recuerdo. Me despojaré de él. Seré también un recuerdo que solo unos poco recordarán, dijo la muchacha del baldío.
No me reproches recordar, es imposible no hacerlo, lloró, es imposible…
Siempre quise entregar la vida bajo la luna y hoy la noche tirita en penumbras secas
Siempre soñé con besarnos aquí, en esta fuente, Luis, siempre soñé con tus brazos y tus labios junto al sonido húmedo del agua…
Nunca tuve miedo a la muerte, nunca tuve miedo, exclamó en el baldío.
Escuchá Luis, escuchá, ahí vienen, me están llamando…
El teléfono volvió a sonar dos veces.
Decile que se acerque, que estoy preparada.
Viene, Luis, ahí vienen los niños con flores en sus manos y los deseos de monedas…
Abrazame, abrazame fuerte que aun tengo algo de miedo.
Qué hermoso regalo, Luis, hermoso…
Decime algo, lo que quieras, pero decime algo.
Soy tan feliz Luis, tan, pero tan feliz…
Si me abrazas fuerte será más sencillo para ambos.
Besame Luis, besame…
Ya puedo sentir el gélido abrazo, ya puedo sentir que se apaga algo.
No te olvido…
No te olvido…
No puedo olvidarte…
Susurró la muchacha yerta en el baldío de su habitación.

jueves, 14 de agosto de 2008

El tonto

Prefirió que pensaran que no comprendía y que no distinguía la realidad.
Prefirió que pensaran que se perdía en elucubraciones incomprensibles para él.
Prefirió que pensaran que no había mapa para salir de ese laberinto, que todos pensaran que era sin estrategias.
Prefirió que pensaran que era el más tonto, para así no hacerse cargo de aquellas cosas que se encargaban los otros.
Prefirió que pensaran mientras él dejaba de pensar.

miércoles, 13 de agosto de 2008

El totem

El jefe había decretado que las siguientes lunas serían dedicadas a celebrar las fiestas de la concordia. El calendario había sido fijado y el mandato acordado, un tótem de nueve brazos de altura se erigiría en medio de la tribu para el comienzo de la fiesta. El joven Maco, había sido elegido para realizar la pieza. Su padre le había enseñado a trabajar la madera, los secretos habían pasado de generación en generación. Ilustre 0ficio que regalaba a la tribu la posibilidad de rendir culto a los dioses ya que la tribu no conocía aun los metales.
Maco sabía distinguir árboles y resinas. Trabajaba la madera con la suavidad de un pétalo y la sencillez de la misma madera.
El tótem contaría con cuatro figuras, eso lo decretaba el mismo jefe de la tribu, pero correspondía a los ancianos determinar cuáles serían aquellas figuras junto al artesano que asentaría su impronta.
La tortuga sostenía la figura, porque recordaba su persistencia y tenacidad; el tiburón por su bravura y agresividad; el toro por su fuerza y el tero por ser el animal favorito de los niños de la tribu.
Uno de los ancianos frunció el seño en señal de desaprobación, el tero no es un animal apropiado para el tótem, deberíamos poner una lechuza que represente la sabiduría, hemos perdido el amor por la sabiduría, afirmó con firmeza.
Maco dibujaba en la tierra los bocetos posibles cuando estaba por concluir la figura del tero preguntó al viejo que era la sabiduría. Todos escucharon perplejos la exposición del viejo, hasta los niños que habían dejado de jugar y escuchaban escondidos detrás del matorral cercano al círculo. No podemos perder el amor por la sabiduría, repetía una y otra vez usando figuras cotidianas y diáfanas. De pronto los viejos sabios interrumpieron y comenzaron a discutir sobre el tema hasta que uno tomó el cuchillo y se lo clavó en el pecho de un solo golpe y sin grito.
No hubo lechuzas aquella noche en la aldea.
El joven Maco, se quedó pensativo a un costado del reguero de sangre.
El tótem de la concordia había perdido la razón.

martes, 12 de agosto de 2008

La tentación


Y tuvo la tentación de explotar en un grito fuerte y sonoro, en un grito de verdades espeluznantes que helaran incluso a los espíritus más fuertes. Tuvo la tentación de despotricar contra cielo y tierra, gritando verdades sin medir consecuencias. Tuvo la tentación de remontarse al pasado no tan lejano y volver a representar ciertos actos, ciertos sucesos. Tuvo el impulso de quemar colores y claudicar al deseo de colorear la vida que se posaba en atmósferas de grises tediosos y fríos.
No le estallaba la cabeza ni el corazón, era su existencia la que quería salir corriendo por un atajo que no se revelaba. Quiso ser rápido como el rayo, pero se sentía pesado, lento, envuelto en un letargo contagioso que no le impedía gritar. Quiso ser invencible frente a la vida que a esta altura se sentaba a tomar un café con una mirada jocosa y burlona. Tuvo impulsos violentos de final trágico, pero no lo terminaba de convencer la escena. ¿Cómo se atreve esta puta vida a sentarse con ese desparpajo en mi mesa de café? ¿Cómo se atreve a mirarme con esos aires de superioridad?
Mirate en el espejo, dijo tentando a la vida que siempre sufrió aires de coquetería. Mirate… mirate bien…
La vida no soportó la tentación…
Fue allí cuando quitamos su túnica, que ahora no parecía tan esplendorosa y la dejamos desnuda.

lunes, 11 de agosto de 2008

El transeúnte



El joven muchacho imaginaba la distancia que lo separaba entre su barrio, más allá de la periferia y la adusta ciudad. Ensayó palabras de justificación para sí. Pensó en la cuidad, llena de cemento, en los pocos empedrados que le gustaban y le producían una especie de melancolía sin peligro. Pensó en el micro que debía tomar en la parada despoblada, en un sitio cualquiera, pensó en el frío, en el encuentro, en el programa sin armar, se dejó envolver por indecisiones sin sentido que poseía como un adorno, como accesorio de costumbre y se lamentó sin gemidos.
Pensó, o no lo pensó, simplemente se vistió de florida imaginación, se dejó llevar por la imagen de aquellos pies pisando el pavimento, en las calles atestadas de transeúntes, siendo él uno más del resto. Imaginó ser parte de la masiva horda de peatones que surcaban las calles en un devenir sin prisas y sin pausas. Imaginó el sitio donde se detiene el micro, y su huella estampada sin dejar marca. Imaginó que el día era hoy. Que una sinfónica marea de bocinazos lo acompañaba por aquellas calles que ya conocía y que le habían robado un cariño entre mágico y sutil.
Tomó unas aspirinas sin pensar. Mientras buscaba los zapatos apropiados para pisar pavimento, no sin buscar el teléfono casi sin crédito.
Deseó una tarde sin aburrimientos. Deseó vivir algún tipo de experiencia que le proporcionara un escape de la monotonía con la que convivía pacifico y sin remedio. Qué difícil es ser creativo a la hora de visitar una ciudad con tantas opciones. Hay distancias que prescinden de los kilómetros y son tan largas…
Tribulaciones de una tarde sin tristezas.
Trepaban las ilusiones de algo con sabor. Descubrir sabores nuevos, preferiblemente picantes. Algo lo exaltaba y a la vez lo devolvía a la misma calle sin rumbo.
Tal vez caminar sin sentido, sin conocer las metas servirían como terapia sencilla. Traspasó algunas pocas avenidas sin percatarse que se alejaba del sitio del encuentro pactado. Siguió por la angosta calle cuando se sintió abrumado por tanto transeúnte entre empujones, y la tarde no se midió con relojes sino por un devenir que escapaba a los astros y ahora se medía con semáforos que encendían sus luces rítmicamente.
Cumplía un paseo sin alborotos cargando una ligera mochila de tedio. ¿Quién habrá pisado estas mismas baldosas que ahora estoy pisando?, caviló deteniendo la marcha.
Un viento frío sopló como una ávida amenaza cuando abrió los ojos y la imagen lo devolvía a su habitación, ya sin ánimo de partir hacia la urbe.

domingo, 10 de agosto de 2008

El temeroso



Tuvo miedo de abrir la puerta y entrar, algo le sabía a peligro, por más que sabía que no había motivos, pero el temor dominaba sus pensamientos. Quiso bajar por las escaleras por temor a quedar encerrado en el ascensor, cuando un miedo resbaladizo lo envolvió sin remedio. La disyuntiva era simple, entrar o escapar. Abrir la puerta y enfrentar el adentro o salir corriendo con riesgos de quedar encerrado o resbalar. La disyuntiva era estricta, o entraba o salía, pero no podía permanecer más de cinco minutos, tal vez porque el reloj que lo esclavizaba desde su muñeca no dejaba de marcar el tiempo y el no podía dejar de mirar y sentirse poseído, limitado, embrujado por las agujas digitales que le insinuaban que el tiempo también era parte de los peligros que lo rodeaban. No pensó en la posibilidad de subir, tal vez por cierto pudor a los vecinos de arriba, tal vez por no llenarse con otros miedos tontos, que sabía tontos y que lo condicionaban muy a su pesar. Tanta reflexión lo invitaba a una locura aceptable. Tantos pensamientos inútiles lo hacían sentir dueño de la situación en pequeñas porciones de tiempo, para volver a llenarse con nuevos temores, porque el ocioso pensar lo convidaba con un poco de creatividad para descubrir posibles miedos nuevos.
El corazón se le paralizó cuando el ascensor comenzó a bajar y escuchó el murmullo de unas personas que no conocía, o no podía distinguir. El alma quiso dar un salto cuando la alarma sonó, como confirmando la desgracia que él ya esperaba, como un “ya te lo dije” como confirmación de un oráculo sin explicaciones ni sentidos, al menos así son la mayoría de los oráculos pensó como un soslayo.
No le quedan más opciones que la de meter la llave en la cerradura y aceptar lo que fuera. No le quedaban más elecciones a la mano. Simplemente la llave en la ranura y cerrar los ojos, tragar saliva, respirar profundo y abrir la pesada puerta de madera, al tiempo que una imagen semejante a la suya, lo invitaba a entrar en la nube que comenzaba a nublarlo y hacerlo dormir.
No le quedaba más, que dejarse llevar, sin resistencias, dejarse conducir por una fuerza misteriosa que lo envolvía para devolverlo al presente en medio de llamas, de gritos, de llantos, de carcajadas burdas, de miradas inexistentes, de suspiros y golpes semejantes a un chasquido de látigo en el aire. Sintió la boca pastosa, amarga y seca. Sintió un olor a almendras que no le pareció extraño. Un frío profundo le acarició la espalda cuando de pronto comprendió sin vislumbrar, en una conjetura limpia, que había traspasado el espejo

sábado, 9 de agosto de 2008

El tímido

Quiso decir lo que pensaba, anunciar lo que sentía, sin embargo una muralla invisible gobernaba las distancias entre su interioridad y el mundo circundante. Quiso decir y no pudo, no sólo por falta de palabras, no se trataba de una afasia nominal, sino de una barrera fuerte y persistente que lo condicionaba incluso en sus actos. Quería, claro que quería, el deseo estaba intacto en él. Pero la barrera irrefrenable lo dominaba terriblemente.
Cuando llegó a la parada del colectivo, dudó por un instante si preguntar a los que aguardaban, pero no dejó de pensar y ensayar las palabras. “¿hace mucho que esperan?”, ¿esperan el sesenta? ¿conoce la frecuencia?
Un viejo con un ridículo sombrero ojeaba el diario plagado de noticias viejas. Pocas cosas son tan viejas como el diario de la mañana leído por la tarde. El viejo miró de reojo al tímido muchacho que se debatía en la duda de la simple pregunta. ¿En qué cambiaría saber el tiempo de la espera, si debía esperar de todas formas?
Qué frío, ¿no? Nunca fue pronunciado.
Tengo que llegar antes de las once, pensó sin decir.
Mañana me aguarda un día espantoso,
Quiere leer, preguntó el viejo con molesta mirada.
El tímido permaneció sin palabra y miró los adoquines como si fueran salvadores.
Te pasa algo, querido, insistía el viejo que ahora mutaba en cara de preocupación.
Los adoquines abrieron una brecha y el tímido joven se escabulló por ellos perdiendo el colectivo, que pasaba a toda prisa por el empedrado.

viernes, 8 de agosto de 2008

El trasgresor


Una línea amarilla separaba el sitio hasta donde podían pisar los pies. La oficina atestada de caras molestas por las espera cargaban con pesadez la espera de más de dos horas para realizar un trámite tedioso y obligatorio. Se escuchaba de tanto en tanto el convite a pasar a través de los números.
Soy el 57, pensó con pesar.
Treinta y seis, treinta y siete…
Podría estar en cualquier lado, en cualquier parte del mundo, en mi casa, en mi cama, podría haber sido otro el día, divagaba por su mente con pesadumbre y cansancio de esperar.
¿y si vuelvo mañana?
Cuarenta, cuarenta y uno…
Por un instante su mirada se congeló en una mujer que hablaba por teléfono, entremedio de carpetas que hacían equilibrio sobre un escritorio en ruinas. Por un instante imaginó que entablaba una conversación con ella, que sabía su nombre, su edad, su estado civil. Por un momento imaginó conocer a Vale, la treintañera que no consigue nunca alguien que la quiera y la acompañe al cine a ver películas sin tocarle ni siquiera la mano. La que se levanta con sueño y murmura en el subte, cuando el ruido es molesto: “yo te escondo…” la que mira por la ventanilla de los trenes, los techos de las casas imaginando que adentro, hay una familia como no fue la suya. La que esta mañana se vistió sin pensar, ni darse cuenta que el maquillaje se le había corrido, con riesgo de imponer una moda. Vale la que ahora mira al techo con un leve suspiro, pensando, recordando, resonando…
Solo una línea amarilla nos separa. Ya conozco tu historia aunque aun no conozca tu casa.
Cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete…
Un silencio paciente se acomodó en los oídos para escuchar la voz de la rubia treintañera.
No, no sé, no sé que decirte, tal vez mañana, pero hoy no puedo, sonaban las palabras en el teléfono.
Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve…
Cortó el teléfono y se quedó pensativa. Algo la inquietaba, dejándole esa mirada confusa y medio triste. Fue por ello que no se percató cuando se escuchó, el cincuenta, cincuenta y uno, el hombre impaciente se le acercaba haciéndole preguntas que no tenía ganas de contestar.
Valeria, dijo la jefa de departamento, ese señor pasó la línea amarilla.
Aguarde a ser atendido, dijo sin ánimo.
Cincuenta y dos, cincuenta y tres, cincuenta y cuatro…
Señor le dije que vaya para atrás.
Cincuenta y cinco…
Señor ha pasado la línea amarilla, señor…
Cincuenta y seis…
Vale, soy yo, ¿no te acordás de mí? El que traspasa la línea amarilla los primeros martes de agosto, para invitarte al cine, tomá, acá tengo mi número, soy el cincuenta y siete. ¿vamos?

jueves, 7 de agosto de 2008

El trastornado

Realmente quería decirlo, sacarlo afuera como golpe de viento, pero algo le impedía nombrar aquellas cosas que estaban aun trabadas en la garganta, casi un nudo y a la vez una braza encendida y molesta que le iba quemando lerdo, por más esfuerzo que hiciera la palabra volvía a esconderse en el pecho para no salir, para no nombrar, para no llenar los espectros insonoros.
Algunas gotas caían sobre la vereda sin ser lluvia, el espejo reflejaba una carta abierta con letra ilegible y a medio terminar.
Estimados prosélitos: estos días me debatí entre disyuntivas fútiles, para determinar la posibilidad de...
La ventana de la habitación se abrió de golpe y una ráfaga tibia inundó la sala volando los papeles por todos lados y la carta: es por ello que me atrevo a pedirles con mi más absoluta sinceridad que tengan en cuenta que…
Un grillo de hielo molestaba sin cantar haciéndose cómplice del silencio en medio de una tristeza sin motivos aparentes. Los gatos en el tejado maullaban de tanto en tanto delatando el final o el comienzo del día mientras algún ladrido encerrado en una casa ponía limites a los felinos sin eficacia. A nadie le importó, nadie salió, nadie se estremeció ni fue espectador cuando el sonido del rifle estalló con olor a pólvora, nadie quiso escuchar el ruido de los vidrios rotos cayendo en pedacitos. A nadie le importó que la imagen del espejo muriera perdiendo una de sus preciadas vidas. El silencio se consolidó en estática sordina como sucede después de que el trueno hace su repentina aparición.
El espejo hecho girones y la carta a medio concluir, comunicaban que esto no era un simple accidente…
… tengan en cuenta que no soporta más a este yo que me atormenta y me ladra, a este yo que me rapta por momentos sin permitirme ser quien realmente soy o estoy llamado a ser, es por eso que debo tomar esta drástica decisión, es por ello que debo matar al que vive en el espejo y me atormenta incluso en las noches llenas de hastío, es por ello que…

miércoles, 6 de agosto de 2008

El títere

El títere guardado en su caja de madera lustrosa gemía un gemido existencial. “quiero vivir vidas propias y ajenas…” en un rincón del mugriento altillo relucía la caja del olvidado títere, asemejándose a un féretro. En otro tiempo, en vidas pasadas, he producido risas y llantos hermosos, en otro tiempo, en otras circunstancias he sido centro del mundo, he sido amado y odiado, he sido temido en más de una función. Cuantas veces he sentido la pasión de ser, poseídos mis hilos por otras manos distintas a la de mi titiritero. He vivido sueños extraños, he surcado cielos distintos a lo que los mortales conocen. He sido un valiente caballero, un oficinista, un payaso, he sido Alí Babá, el rey Arturo y un viejo general de la gran guerra que su nombre ya no importa. He sido y soy en mi caja guardada y olvidada, con la esperanza de volver a sentir el movimiento en las manos del titiritero. Aguardo impaciente en el oscuro silencio de la caja, el día que por fin vuelva a ver esa luz que hoy es un recuerdo. Aguardo impaciente las risas de los niños y las risotadas contenidas de los adultos que siempre desean mis hilos.

martes, 5 de agosto de 2008

La trotacalles

Pensó en el dinero que le faltaba para el alquiler mientras se acomodaba una peluca un tanto destartalada que peinaba con mucho cuidado, la habitación estaba desordenada, ropa tirada por los rincones y papeles con cuentas por pagar, delataban las formas de su alma. Le quedaba poco maquillaje, pero eso no parecía importarle a la hora de tararear una vieja canción que le recordaba la infancia lejos de los autos y las avenidas concurridas de peatones apresurados por llegar para volver a partir. “yo soy la pájara pinta…” susurraba entre dientes la mujer con exceso de maquillaje. No le quedaban lágrimas, tampoco motivos para llorar, porque el llanto solo sirve en ocasiones precisas que ya nada tenían que ver con su vida.
Esta noche tendré suerte, imaginó en una pausa que hizo con el cepillo, esta noche tendré suerte, queriendo olvidar noches pasadas, esta noche un viento frío congelará todo y saldremos del mundo para volver a nacer, esta noche me saludaran las estrellas y cenaremos juntos en la luna o en Marte. Esta noche será distinta, ya verás, dijo a la figura proyectada en el espejo sucio y lleno de estampas y chucherías religiosas.
La calle se preparaba para la función prostibularia, las dársenas caóticas de los colectivos urbanos estaban repletas de colillas de cigarrillos que se acumulaban con el pasar de las horas y las esperas ansiosas de servicios precarios. Caminó una y otra vez por la vereda, cuando se cansó bajó el cordón con la esperanza que el peligro trajera clientes por la calle desierta y fría. ¿qué pasa esta noche? Se preguntó en voz alta
Lo mismo que todas las noches, contestó la imagen en el espejo de la habitación, esta noche te extraviaste en el espejo que se apoderó de la luna.

lunes, 4 de agosto de 2008

El tatuaje

Se despertó con sueño y un extraño dolor de cabeza que se asemejaba a un clavo clavado en el parietal derecho, los ojos enrojecidos y la boca pastosa con mal sabor, cuando el espejo reflejaba una cara que bien podría ser la suya pero sintió de otro.
El espejo lo fascinaba y a la vez le convidaba una sensación de repulsión. Los espejos nos llenan de preguntas y nos complican la vida, murmuró al otro yo frente a él sin ser él. No escuchó el canto de los pájaros que despertaban al día que comenzaba. Las aves siempre se adelantan a la salida del sol, son cómplices del día y lo divulgan. Agradeció al techo no tener que ir a la oficina, ni tener que tomar el transporte público. Agradeció a la ventana entornada, no tener que soportar demasiado frío ni calor. Agradeció al piso tener un límite aparente para no tener que volar y tomó una taza de café caliente y sin sabor a café. No se lamentó, pero bien lo podría haber hecho, no se envalentonó con la situación casi inexistente de tener que vivir sin hacer nada, simplemente se acomodó en su butaca de exportador de vidas ajenas frente al plasma. Al menos son los otros los que padecen, los que sufren, los que deben hacerse cargo del devenir, decía la borra en el fondo de la taza.

¿Hay alguien que sepa resolver enigmas sin planteos?

Vio una figura dibujada en su brazo, no sin sorpresa. Este brazo no es el mío, intentó gritar en una ráfaga vaga de desesperación y desentendimiento, este brazo no es mío…
Un rostro distinto y semejante, que bien podría ser el suyo, estaba tatuado en su brazo sin recuerdos. No le molestó no recordar, le molestaba el hecho de no saber bien si el rostro era el propio o hacía alusión a otro. Le molestaba no sentirse dueño de la figura, ni el brazo, ni del momento que lo devolvía a una sensación de realidad que le disgustaba.
No se percató del tiempo, ni de la distancia entre las cosas que lo rodeaban. No se percató de que la habitación estaba poblada de ausencias, su mirada seguía absorta en el brazo para luego meterse en el dibujo, perderse en la figura y ser solo un color entre muchos colores y volverse parte de la luz que se apagaba lentamente frente al espejo que reflejaba un rostro que bien podía ser el suyo pero que ya no sabía si era de otro.

domingo, 3 de agosto de 2008

El trovador

El trovador improvisó unos versos frente al auditorio de caras graves, acompañado por un laúd y el deseo de transformar la atmósfera con encanto musical. La música acompañaba palabras que nombraban duendes, princesas, bosques lejanos y amores eternos. Las palabras se batían entre la musicalidad y la significación, como un columpio que adquiere sentido en el vaivén y no en su estática detención. Versos sin serenidad llenaban a los convidados con la misma ternura que lo haría una tierna flor iluminada con el rayo más puro y la brisa más fresca.
Queridos todos, estas palabras que se escurren entre las cuerdas vibrantes del simple trovador, son parte de la diástole que sin prisa cumple su cometido… vengan a mi benditos peregrinos que surcan los albores del camino, las distancias son relativas en medio de las prisas. Las nubes posan su forma en el cielo de tu imaginación llenas de deseos vanos y profusos sentidos de existencia. Todos quisimos ser únicos algún día. Todos deseamos ser y existir en la conjugación de un verbo que supiera a labios húmedos de besos tiernos y pasionales como ámbito en que se engendra otra novedad que escape del tiempo, para salir de la común forma de existir y soñar aunque sea con algo semejante a eternidad. Todos quisimos ser únicos pese a la masificación. Todos quisimos ser solo nosotros y algo nos hacía desear al tú que te desarma y te expone, para ser un yo más yo y dejar de serlo…, cantaba en su mente el trovador que se debatía en la más conspicua de sus encrucijadas, deseo narrar la historia más bella jamás contada, pero estos temas me agobian y no me permiten ser lo que he soñado.
Deseo, queridos todos, tocarles el corazón con una palabra y producir lágrimas con sabor a miel, recitó tímido el pequeño trovador de ojos saltones. Deseo que esta noche sea para ustedes, célebre público del castillo, la noche más mágica que jamás hayan tenido, y si esto no fuera posible, al menos, que tengan ustedes una noche con encanto y fascinación.
Fue entonces cuando un joven con aspecto desgarbado y ojos tristes, aplaudió rompiendo el silencio antes que sonara el laúd.
El trovador incomodo amagó con interpretar la pieza mientras el joven aplaudía más fuerte en un duelo entre el aplauso y el comienzo de la obra tan anunciada.
Señoras y señores, dijo una voz sin figura, todo ha concluido, ustedes mismo han sido testigos de la osadía del artista y el espectador, esta noche no hay coros, no hay música, esta noche nos cobijará un silencio demoledor y sin aplausos…
Vuelvan mañana para la función.

sábado, 2 de agosto de 2008

El tirano

El tirano observó de reojo la situación, no sin sentir la sensación de temor de los que lo rodeaban. No es sencilla la tarea tirana en un mundo sin respeto ni miedo, ya no temen como antes, pensó como ráfaga, por eso tendré que ser implacable y usar un recurso de espanto sin titubeos para que recuerden de qué se trata todo esto.
El tirano se levantó ante la mirada del selecto auditorio y profirió un grito de amenazas sin sentido mientras los mozos servían un espumante frío, a punto, con sabor a delicia.
Ordeno a todos los que están en mi presencia, que vuelen hacia el ciprés más cercano y me traigan un racimo de vid, sentenció mientras se frotaba la panza.
Faltaba la presencia de la niña, que en todo relato simboliza la inocente mirada que devele verdad, pero sobraron estúpidos que comenzaron a mover los brazos en ritmos dispares y haciendo fuerza con sus mentes pequeñas, el salón abarrotado se despobló de cordura. Una vieja aristócrata comenzó a piar con su registro cuasi soprano y un almirante incitaba a sus subalternos a cumplir con la orden sin titubeos y ahínco. Los minutos pasaron y llegaron a ser horas. Cuando el tirano se cansó del espectáculo dijo en un solo grito: ¡basta!... vuelvan mañana, hemos desperdiciado un buen espumante. Vuelvan mañana, vuelvan mañana…

viernes, 1 de agosto de 2008

Gracias

más de dos semanas sin decir palabra y regalito

Gracias Marichu,
y a los que con buena intención intentan que el humanista no calle

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