Necesito decirte varias cosas, pero no sé como…
Necesito sacarme esto de la garganta que me quema…
Y el colibrí rió en un batir de alas rápidas como el mismo viento, y el viejo León se perdió en un discurso de antaño lleno de sueño de cansancio. Se sentía viejo, se sentía vencido, se sentía sin sensaciones nuevas, ya no volaba como antes, ya no rugía como lo solía hacerlo.
El andén repleto de rostros sin piernas ni brazos, nos recordaba que debíamos volar para llegar a nuestros hogares. Por un decreto de la vida misma, desde el día de la fecha, todos ustedes deberán volar, será penalizado aquel que no cumpla con esta nueva ley…
El colibrí se sintió a salvo, se sintió a gusto y continuó riendo al batir las alas. Que afortunado es ser un animal volador, pensó por un segundo o dos, no mucho más ya que los colibríes no mantienen por mucho tiempo un pensamiento, son seres que adoran el dulce néctar y se pierden en el delirio de cada bocanada.
Muerte a las metáforas, gritaba León ¡muerte a las metáforas!
Las metáforas nos han complicado la vida, la falta de precisiones nos ha complicado lo simple que debería haber sido vivir.
Así comenzó la guerra entre pragmáticos seres tristes de normas y reglas preestablecidas y los colibríes delirantes que desean néctar.