(a Danny)
Y quise surcar el cielo en busca de una aventura nueva, única, llena de oropeles y encontré andrajos. Tomé bocanadas de aire de altura, sin contaminación terrestre, para añorar otra vez el polvo que me hacía refunfuñar entre dientes. No quise otra cosa que recolectar sensaciones en una arpillera para confundirlos y abrir la bolsa en medio de un océano de barbaridades mudas, difusas, abyectas. Y el sabor insípido me regaló ciertas reflexiones que a cierta altura del camino me ayudaron a dudar para seguir siendo un errante en medio de caminos sin trazado. Aquel árbol se hacía familiar, sin embargo, sólo provocó desvío.
Salimos a la hora del sol, para ver iluminado el camino, o tal vez porque el camino se va trazando a medida que el machete golpea fuerte contra la maleza que todo lo abarca y ahoga. Salimos a la hora de la fresca brisa para poder soportar el trajinante andar. Las selvas son lugares con sonidos únicos y con sensaciones cercanas a la alucinación, pero a la vez vívidas y llenas de convidados que acompañan cada paso sin soledades. Jungla poblada con sabor a soledades y sin embargo, todo pierde sentido a la hora en que el agobiante calor lo envuelve todo haciéndote sentir parte de la tierra.
Deseaba descansar en un lago cristalino y sereno y no ser prisionero de esta selva hermosa y devoradora de vida. Deseaba un murmullo de paz acurrucarse en mí, para ser otra vez el que había sido, sin importar tanto el cemento y la energía eléctrica.
Tomás pensó que sería buena idea correr el riesgo de salir por el camino que bordeaba el claro lleno de tréboles y corrimos el riesgo de encontrarnos con trampas naturales y agrestes en medio de un paisaje contrastante.
Tienes que pisar con cuidado, se oyó decir entre los matorrales y las lianas que abundaban. Las trepadoras envolvían todo y los pasos se hacían más pesados, más toscos, más errantes que el mismo camino sin trazado y las voces se apagaban entre medio de tanta vegetación. Hubiera querido aquel lago con sensación de lejanías y sin distancia. Sin embargo el trueno se adueñó de los espectros sonoros. Sin embargo el estrepitoso rugido meteoro paralizó el corazón de los seres que vagábamos cerca. Pese al calor, un frío tenebroso nos corrió por la espalda y quisimos huir. ¿Cómo escapar del rayo y del trueno? ¿Cómo vivir sin miedo a ser traspasado por el grito del cielo a la tierra y sus habitantes? Lejos quedaba el sendero, lentamente se diluía el deseo de un lago cristalino. ¿Quién podía negar que aquello se tratara de un dios furioso queriendo comunicar a la selva su ira rotunda?
Cascadas de sensaciones volátiles y con ambiciones de salir corriendo en medio de la nada y la misma vegetación queriendo ser refugio seguro y sin embargo la misma conmoción de siempre tronaba como péndulo en su vaivén implacable.
El trueno se había metido en cada uno, nos había hecho estremecer, nos había transformado llenándonos de furia y ruido, ya no importaban los miedos ingenuos ni la lluvia que se avecinaba y nos iría a mojar dejándonos empapados en medio de la nada. Ya no importaba el calor, ni el bienestar de la fresca habitación, ni la tibieza de los sonidos metálicos de viento que serenaban a la fiera y despertaban al cándido niño que llevamos a cuestas.
Tulio nos había advertido sobre los peligros, pero todo peligro era necesario para la aventura. ¿Y si no cuento el cuento?
El trueno no sólo me había erizado poniéndome los pelos de punta. Erguido lloraba el ser primordial, el que hubo sido en la tribu antaño, el amigo del hechicero y del viejo sabio. Como débil fiera despertó del letargo y buscó un sedero nuevo e inexplorado. La carne se me hacía tan pesada como los pasos del hombre que fui. La luz segó por instante los ojos que rojos lloraron como no lo habían hecho en siglos, sólo el olor de la selva me recordó el sonido que me nombraba. Tupac cantó un canto nuevo y las aves salvajes lo saludaron dándole la bienvenida.
El trueno había devuelto al tiempo, los tiempos que lejos habían sido, batiéndose a duelo sonidos e imágenes.
Tupac sintió latir el corazón, el bombeo rítmico lo embargaba con una sensación de placidez, disfrutaba escuchar el tambor de las entrañas y quiso llenarse de aire cuando se percató que los pulmones deseaban llenarse de vida. Sólo me falta llenarme de sueños, pensó estirando la mano y sintiendo la punta de sus dedos. Sólo me falta soñar…
Y quise surcar el cielo en busca de una aventura nueva, única, llena de oropeles y encontré andrajos. Tomé bocanadas de aire de altura, sin contaminación terrestre, para añorar otra vez el polvo que me hacía refunfuñar entre dientes. No quise otra cosa que recolectar sensaciones en una arpillera para confundirlos y abrir la bolsa en medio de un océano de barbaridades mudas, difusas, abyectas. Y el sabor insípido me regaló ciertas reflexiones que a cierta altura del camino me ayudaron a dudar para seguir siendo un errante en medio de caminos sin trazado. Aquel árbol se hacía familiar, sin embargo, sólo provocó desvío.
Salimos a la hora del sol, para ver iluminado el camino, o tal vez porque el camino se va trazando a medida que el machete golpea fuerte contra la maleza que todo lo abarca y ahoga. Salimos a la hora de la fresca brisa para poder soportar el trajinante andar. Las selvas son lugares con sonidos únicos y con sensaciones cercanas a la alucinación, pero a la vez vívidas y llenas de convidados que acompañan cada paso sin soledades. Jungla poblada con sabor a soledades y sin embargo, todo pierde sentido a la hora en que el agobiante calor lo envuelve todo haciéndote sentir parte de la tierra.
Deseaba descansar en un lago cristalino y sereno y no ser prisionero de esta selva hermosa y devoradora de vida. Deseaba un murmullo de paz acurrucarse en mí, para ser otra vez el que había sido, sin importar tanto el cemento y la energía eléctrica.
Tomás pensó que sería buena idea correr el riesgo de salir por el camino que bordeaba el claro lleno de tréboles y corrimos el riesgo de encontrarnos con trampas naturales y agrestes en medio de un paisaje contrastante.
Tienes que pisar con cuidado, se oyó decir entre los matorrales y las lianas que abundaban. Las trepadoras envolvían todo y los pasos se hacían más pesados, más toscos, más errantes que el mismo camino sin trazado y las voces se apagaban entre medio de tanta vegetación. Hubiera querido aquel lago con sensación de lejanías y sin distancia. Sin embargo el trueno se adueñó de los espectros sonoros. Sin embargo el estrepitoso rugido meteoro paralizó el corazón de los seres que vagábamos cerca. Pese al calor, un frío tenebroso nos corrió por la espalda y quisimos huir. ¿Cómo escapar del rayo y del trueno? ¿Cómo vivir sin miedo a ser traspasado por el grito del cielo a la tierra y sus habitantes? Lejos quedaba el sendero, lentamente se diluía el deseo de un lago cristalino. ¿Quién podía negar que aquello se tratara de un dios furioso queriendo comunicar a la selva su ira rotunda?
Cascadas de sensaciones volátiles y con ambiciones de salir corriendo en medio de la nada y la misma vegetación queriendo ser refugio seguro y sin embargo la misma conmoción de siempre tronaba como péndulo en su vaivén implacable.
El trueno se había metido en cada uno, nos había hecho estremecer, nos había transformado llenándonos de furia y ruido, ya no importaban los miedos ingenuos ni la lluvia que se avecinaba y nos iría a mojar dejándonos empapados en medio de la nada. Ya no importaba el calor, ni el bienestar de la fresca habitación, ni la tibieza de los sonidos metálicos de viento que serenaban a la fiera y despertaban al cándido niño que llevamos a cuestas.
Tulio nos había advertido sobre los peligros, pero todo peligro era necesario para la aventura. ¿Y si no cuento el cuento?
El trueno no sólo me había erizado poniéndome los pelos de punta. Erguido lloraba el ser primordial, el que hubo sido en la tribu antaño, el amigo del hechicero y del viejo sabio. Como débil fiera despertó del letargo y buscó un sedero nuevo e inexplorado. La carne se me hacía tan pesada como los pasos del hombre que fui. La luz segó por instante los ojos que rojos lloraron como no lo habían hecho en siglos, sólo el olor de la selva me recordó el sonido que me nombraba. Tupac cantó un canto nuevo y las aves salvajes lo saludaron dándole la bienvenida.
El trueno había devuelto al tiempo, los tiempos que lejos habían sido, batiéndose a duelo sonidos e imágenes.
Tupac sintió latir el corazón, el bombeo rítmico lo embargaba con una sensación de placidez, disfrutaba escuchar el tambor de las entrañas y quiso llenarse de aire cuando se percató que los pulmones deseaban llenarse de vida. Sólo me falta llenarme de sueños, pensó estirando la mano y sintiendo la punta de sus dedos. Sólo me falta soñar…
4 comentarios:
Existen vivencias que se asemejan a la visión de un trueno, nos lleva hasta el llanto, nos estremece como si se hubiera metido dentro nuestro...
beso
Nenito!!!
Del cielo al océano , del sol a la brisa y así me mareaste y no pude entender mas nada jajajajajajajajajaja... Hay Gonza decime BOLUDO , me lo merezco. En fin , ya es la segunda que me pasa.
Igual nenito , la narración está mas que buena , felicitaciones por la creatividad!!
besos!!
Juancho!
Anoche te di mi opinión. También te dije que no había entendido realmente bien, sino hasta que me dijiste de que Tupac hablábamos. Pero el texto es muy bueno, hay que ponerle atención, obvio, pero es muy bueno.
Por otro lado, gracias por la dedicatoria.
Salu2.
me voy hoy a Formentera, a la vuelta me pongo con tu blog...disculpa esta ausencia tan prolongada
besos a rabiar!
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