miércoles, 17 de septiembre de 2008

QEPD

Me prometí un posteo descriptivo sobre un emblemático pub lésbico de mi Buenos Aires a veces querido. Lo cierto que la noche del sábado, por más que el humanista estaba embotado por muchas y diversas razones, por más que la noche brillaba mágica con y sin estrellas y no había excusas posibles, muchos relatos podrían surgir del encuentro mismo. A veces peco de barroco excesivo y otras de romántico recalcitrante, pero todo pide a gritos ser descripto en el universo de la pluma de bytes.

Y pocas plumas se divisaron en derredor, a no ser algunas de gallos que pasaron por la vereda en otro tiempo, o tal vez estarían por pasar. Así podría definir el barrio de Boedo.

Un portón que me recordaba los boliches clandestinos de otras épocas, por un instante sentí que me encontraría con Elliot Ness, aquel hombre que me seducía en mi última infancia a través del personaje traído a la vida por Kevin Costner, pero Elliot Ness no estaba. Abrió la puerta una mujer entrada en años con alma de tango y un cigarrillo en la mano. Apenas unos metros atrás nos habíamos saludamos con Pao, con Andrea y con Guadalupe; con Chris y con Ana ya veníamos caminando, mientras me lloraban los ojos como pasa siempre que el viento es frío. Más tarde aparecería como ráfaga Sergio.

Atravesar la metálica puerta y aguardar fue una sensación de gracia contenida, fue observar y acrecentar la ilusión del acto que vendría, era como cuando niños aguardábamos el conejo por el sólo hecho de ver la galera en el cumpleaños de alguno que le tocó en suerte un mago para la fiesta. Aguardar en el hall, si se lo puede llamar hall o pasillo que clamaba por atravesar la cortina negra que detenía la entrada en malón, si bien el orden era claro y aparente.

Qué suerte que vinimos temprano, dijo alguien en algún momento y la tanguera que nos flanqueaba la puerta o la cortina opinó de igual modo y con una sonrisa.

Elegimos lugar. Las mesas de formica y las sillas de caño negro recordaban algún cafetín de suburbio, mientras las luces en el techo y el gentío simulaban estar en un dance club. Detalle pintoresco y no menor, la luz ámbar, compañera de toda la noche que anunciaba la llegada de nuevos concurrentes. Y se llenaron las mesas y se colmó la pista y las mujeres eran por montones y un tímido show intentó dar comienzo a la noche. Por más que me habían prevenido del carácter de "club social" del lugar, no podía dejar de pensar que algo se confundía con la historia oculta de la cuidad, algo me hablaba de otras cosas, de parte de historias que me eran desconocidas, que no tenían que ver con mi vida ni con mi propia historia y que sin embargo eran parte de todo aquello que es parte de mi camino, de mi búsqueda, de mi deseo de otra historia. La noche nos regalo risas y algunas anécdotas que se fueron diluyendo con la música que sonaba cada vez más fuerte. Subía el clima para dejarse hechizar por el ritmo, sin embargo un alto detuvo la sucesión rítmica.

The show must go on
The show must go on
Inside my heart is breaking
My make-up may be flaking
But my smile still stays on

El pedido de un minuto de silencio se extendió más allá de la invitación de acompañar los restos mortales de Marta, que acababa de pasar de este mundo a la vida eterna aquella misma tarde.
Ella así lo hubiera querido, se escuchó decir por el micrófono sobre la barra repleta de circunstancias y mujeres en busca de alcohol. Una sensación mustia me envolvió por un instante, la escena era bizarra, ¿pero acaso exigía que fuera distinta? Fundadora del emblemático lugar la mujer acaba de partir y yo divagaba por incertidumbres semejantes a charcos y lagunas, porque la muerte me sigue produciendo ciertas sensaciones extrañas, cierta desazón, cierto ánimo triste. ¿Quien fue esta mujer que ya no respira?
Por más que el sentido de ubicuidad se había espantado y nos producía cierta risa jocosa, no dejaba de pensar, que en sí, todo es con un sentido extraño. Es que no somos más que extraños en medio de un extraño destino y aquella noche, nos encontramos para compartir algo de semejante extrañeza y que tal vez, tenga que ver con estar vivos. Eso pedía el baile que nos fue negado luego por la razia policial, eso nos pedía el deseo de contar cosas a un desconocido para volverlo conocido extraviando la propia historia en una historia en común y llenarnos de anécdotas preferiblemente divertidas.
¿Murió?
¿Quien murió?
Nosotros gritábamos vida y la risa era parte de ese pedido y el deseo de bailar, de embriagarnos de saltar y otra vez gritar y volver a reír…
Marlene en la madrugada de Buenos Aires…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No he entrado a un bar lésbico, pero si he andado con lesbianas, en un festival gay, fue algo cómico.

Hermosa hisoria.

Pao dijo...

Me encantó tu relato, y me encantó conocerte el sábado.
Que se repita, pero sin QEPD esta vez, please...
La resaca de esa noche me duró hasta las 4 de la tarde del domingo, porque no acostumbro a beber tanto, pero como entró esa maldita inspección y no pude bailar tanto como me gusta, bue...me empiné un par de vasos de cerveza de más.
Yo debo mi propio posteo.
A pesar de todo, me queda la bella sensación de haber conversado con un ser especial y muy ameno.
Besos enormes,
Gracias por el buen humor.
Pao

Christian dijo...

Humanista: Tu texto es bellísimo! Me encantó, te lo dije. Los detalles, las comparaciones, el clima. Hoy puse el mío para compartirlo... Mis razones para querer compartir ese lugar, por qué lo siento especial, por qué lo quiero, por qué me siento cómodo ahí... por qué encuentro una parte mía...
Hasta la próxima pulpería!!... tal vez con un mantón de manila al hombro...

Besos!

Chris

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