Tuvo la sensación de que el agobiante calor lo dejaría pegado al suelo tibio y que el aire estaba tan enrarecido que no había oxigeno para respirar. Sin embargo el cantar silencioso del gallo, porque en la jungla de cemento no se perciben los gallos ni las campanadas como en el campo, develaban la llegada del sol y con el día preparado a obsequiarnos más calores obscenos con y sin rayos, obligándonos a guarecernos en sombras de oasis artificiosos. La mirada de la tropa trabajadora era oscura como esperanza indigente y sin remedio. Tal vez la tarde nos regale una brisa que oxigene la jornada sin esperar a cambio, sin trueques vitales, sin revisionismos grávidos, tal vez una alondra nos embruje con su canto haciéndonos sentir menos pesados, menos amurados al muro de la existencia…
Excusas estivales que no tienen remedio, ni razones, ni enmiendas y que nos invitan a seguir siendo en esta porción de vida, de historia, de existencia aunque te pese la mirada de Febo y todo lo que eso trae aparejado. Quisimos ser pájaros y sin darnos cuenta que nos faltaban alas por eso nos dejamos encantar con el sueño de ser un dios de a ratos, sin mayores complicaciones que las que nos trae aparejada la democracia con ilusión de justicia.
Alguien, desde su más simple sensatez decidió dejar de caminar bajo los rayos solares y sentarse a contemplar, algunos lo llamaron maestro, otros desestabilizador social, pero el agónico ser sólo deseó sentarse un rato desde su capacidad de elección.
No faltaron las mesas redondas y los debates. No faltaron las profecías fatídicas sobre el peligro del ocio y el riesgo de contemplar sin reglas, estereotipos, manuales, instrucciones y directivas, pero la agonizante entelequia era libre. Tal vez ahí radicaba el peligro mayor, en su libertad, aquella que lo devolvía a su simple y original decisión: dejar de caminar bajo los bochornosos rayos solares.
Excusas estivales que no tienen remedio, ni razones, ni enmiendas y que nos invitan a seguir siendo en esta porción de vida, de historia, de existencia aunque te pese la mirada de Febo y todo lo que eso trae aparejado. Quisimos ser pájaros y sin darnos cuenta que nos faltaban alas por eso nos dejamos encantar con el sueño de ser un dios de a ratos, sin mayores complicaciones que las que nos trae aparejada la democracia con ilusión de justicia.
Alguien, desde su más simple sensatez decidió dejar de caminar bajo los rayos solares y sentarse a contemplar, algunos lo llamaron maestro, otros desestabilizador social, pero el agónico ser sólo deseó sentarse un rato desde su capacidad de elección.
No faltaron las mesas redondas y los debates. No faltaron las profecías fatídicas sobre el peligro del ocio y el riesgo de contemplar sin reglas, estereotipos, manuales, instrucciones y directivas, pero la agonizante entelequia era libre. Tal vez ahí radicaba el peligro mayor, en su libertad, aquella que lo devolvía a su simple y original decisión: dejar de caminar bajo los bochornosos rayos solares.
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