martes, 13 de mayo de 2008

Esto había comenzado a ser parte de un capitulo de la novela que estoy escribiendo, pero al final por giros y otros motivos que respectan a la trama he decidido suprimirla, en primer lugar la interrumpí. Dado que es creciente, últimamente, el estilo literario de varios de los blogs, decido postear lo que sigue a continuación:






Cuando lo vi entrar en la vieja pulpería camino al pueblo, no podía sacarle los ojos de encima. Me cautivaba su forma de vestir, algo revelaba que se había empilchado, como le dicen por esos pagos, con un pantalón flamante, un sweater oscuro y una boina que no se sacó de la cabeza en ningún momento, su nariz era recta como la de una escultura griega, la tez trigueña y una manera de andar que cautivaba, sonreía lo necesario, pero cada vez que esbozaba alguna todo a su alrededor era más brillante y ameno. Tom no se percató de su presencia, no reparó en que mis ojos no podían dejar de observar sus movimientos, sobretodo cuando tiró unas monedas al sapo con una gallardía sin igual, era la mezcla de un héroe clásico y un ídolo moderno con capacidad de hechizar lo que tuviera en gana, solo con posar con semejante galanura lograba lo que fuera. Días más tarde lo vi frenar el tractor y bajar a tomarse una grapa, seguía aquella boina cubriendo la cabeza, ¿se la quitaría para dormir? Aquel día descubrí que aquel muchacho perfecto tenía una imperfección que lo hacía más atractivo y a la vez volvía a seducir: sus ojos eran de distinto color, uno marrón y el otro verde.
Eso tiene un nombre, pensé, pero acá carezco de todo tipo de mataburros.
Quise apartar la mirada, quise evitar que se notara mi fascinación por aquella figura que derrochaba hermosura y carisma, quise ser mosca en medio de las moscas y revolotear a su alrededor zumbándole frases encantadoras como lo era él, pero sólo me limité a contemplar de tanto en tanto, mientras tomábamos un horrible café con sabor indeterminado, ¿a quien se le ocurre tomar un café en la tierra de la grapa?
Tom no vio, ni se percató de su presencia, tomó el diaria del día anterior para ver el resultado de los partidos del sábado, ojeó algún titular y tomaba de tanto un tanto un sorbo de aquella taza tosca que suelen tener esos boliches.
¿Tom tomando un café? ¿lo habré soñado? Siempre detestó el café, difícilmente lo convencía de un capuchino.
El de la boina se acercó sin que me percatara.
¿Jugás?
Esa voz que vibraba desde sus cuerdas vocales hacía vibrar también mis entrañas.
¿cómo?
¿Qué si jugás al sapo?
Si, claro, pero tengo mala puntería, dije sonriendo sin querer.
Siempre tuve el trauma de saberme sin puntería y de no saber chiflar, ¿Por qué no me invitaba a jugar a otra cosa en que fuera menos malo? Pensé como ráfaga en medio de tal torbellino.
Bueno, pero yo tampoco juego bien, mintió sacando pecho y sumando seducción.
El sonido de aquellas viejas monedas cayendo dentro de los molinetes me convidaba con cierta armonía pero a la vez la competencia se hacía el centro.
Son de Buenos Aires, interrogó al pasar, van para el pueblo, se quedan muchos días… el rosario de preguntas sólo recibió monosílabos. Tom dobló el diario y decretó con la mirada que era hora de partir.

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