Quiso decir lo que pensaba, anunciar lo que sentía, sin embargo una muralla invisible gobernaba las distancias entre su interioridad y el mundo circundante. Quiso decir y no pudo, no sólo por falta de palabras, no se trataba de una afasia nominal, sino de una barrera fuerte y persistente que lo condicionaba incluso en sus actos. Quería, claro que quería, el deseo estaba intacto en él. Pero la barrera irrefrenable lo dominaba terriblemente.
Cuando llegó a la parada del colectivo, dudó por un instante si preguntar a los que aguardaban, pero no dejó de pensar y ensayar las palabras. “¿hace mucho que esperan?”, ¿esperan el sesenta? ¿conoce la frecuencia?
Un viejo con un ridículo sombrero ojeaba el diario plagado de noticias viejas. Pocas cosas son tan viejas como el diario de la mañana leído por la tarde. El viejo miró de reojo al tímido muchacho que se debatía en la duda de la simple pregunta. ¿En qué cambiaría saber el tiempo de la espera, si debía esperar de todas formas?
Qué frío, ¿no? Nunca fue pronunciado.
Tengo que llegar antes de las once, pensó sin decir.
Mañana me aguarda un día espantoso,
Quiere leer, preguntó el viejo con molesta mirada.
El tímido permaneció sin palabra y miró los adoquines como si fueran salvadores.
Te pasa algo, querido, insistía el viejo que ahora mutaba en cara de preocupación.
Los adoquines abrieron una brecha y el tímido joven se escabulló por ellos perdiendo el colectivo, que pasaba a toda prisa por el empedrado.
Cuando llegó a la parada del colectivo, dudó por un instante si preguntar a los que aguardaban, pero no dejó de pensar y ensayar las palabras. “¿hace mucho que esperan?”, ¿esperan el sesenta? ¿conoce la frecuencia?
Un viejo con un ridículo sombrero ojeaba el diario plagado de noticias viejas. Pocas cosas son tan viejas como el diario de la mañana leído por la tarde. El viejo miró de reojo al tímido muchacho que se debatía en la duda de la simple pregunta. ¿En qué cambiaría saber el tiempo de la espera, si debía esperar de todas formas?
Qué frío, ¿no? Nunca fue pronunciado.
Tengo que llegar antes de las once, pensó sin decir.
Mañana me aguarda un día espantoso,
Quiere leer, preguntó el viejo con molesta mirada.
El tímido permaneció sin palabra y miró los adoquines como si fueran salvadores.
Te pasa algo, querido, insistía el viejo que ahora mutaba en cara de preocupación.
Los adoquines abrieron una brecha y el tímido joven se escabulló por ellos perdiendo el colectivo, que pasaba a toda prisa por el empedrado.
2 comentarios:
Y es que fui advertido...
El humanista tiene una forma mágica de escribir, y ahora te descubro, siendo cierta la advertencia la acabo de confirmar.
Tienes magia, y toda está plasmada aqui, ese tímido joven escabullido tendría una razón fuerte!
Tú lo tienes todo para atrapar.
Besos
La timidez es terrible. Las veces que soporté un horrendo silencio por no animarme a decir trivialidades, estupideces, cosas sin importancia. O acaso, cada vez que abra la boca tengo que decir frases celebres o discursos sorprendentes? Me respondo sola. Absolutamente no. Pero lo entiendo al joven de tu historia, se parece mucho a mí.
Abrazo gigante.
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