lunes, 11 de agosto de 2008

El transeúnte



El joven muchacho imaginaba la distancia que lo separaba entre su barrio, más allá de la periferia y la adusta ciudad. Ensayó palabras de justificación para sí. Pensó en la cuidad, llena de cemento, en los pocos empedrados que le gustaban y le producían una especie de melancolía sin peligro. Pensó en el micro que debía tomar en la parada despoblada, en un sitio cualquiera, pensó en el frío, en el encuentro, en el programa sin armar, se dejó envolver por indecisiones sin sentido que poseía como un adorno, como accesorio de costumbre y se lamentó sin gemidos.
Pensó, o no lo pensó, simplemente se vistió de florida imaginación, se dejó llevar por la imagen de aquellos pies pisando el pavimento, en las calles atestadas de transeúntes, siendo él uno más del resto. Imaginó ser parte de la masiva horda de peatones que surcaban las calles en un devenir sin prisas y sin pausas. Imaginó el sitio donde se detiene el micro, y su huella estampada sin dejar marca. Imaginó que el día era hoy. Que una sinfónica marea de bocinazos lo acompañaba por aquellas calles que ya conocía y que le habían robado un cariño entre mágico y sutil.
Tomó unas aspirinas sin pensar. Mientras buscaba los zapatos apropiados para pisar pavimento, no sin buscar el teléfono casi sin crédito.
Deseó una tarde sin aburrimientos. Deseó vivir algún tipo de experiencia que le proporcionara un escape de la monotonía con la que convivía pacifico y sin remedio. Qué difícil es ser creativo a la hora de visitar una ciudad con tantas opciones. Hay distancias que prescinden de los kilómetros y son tan largas…
Tribulaciones de una tarde sin tristezas.
Trepaban las ilusiones de algo con sabor. Descubrir sabores nuevos, preferiblemente picantes. Algo lo exaltaba y a la vez lo devolvía a la misma calle sin rumbo.
Tal vez caminar sin sentido, sin conocer las metas servirían como terapia sencilla. Traspasó algunas pocas avenidas sin percatarse que se alejaba del sitio del encuentro pactado. Siguió por la angosta calle cuando se sintió abrumado por tanto transeúnte entre empujones, y la tarde no se midió con relojes sino por un devenir que escapaba a los astros y ahora se medía con semáforos que encendían sus luces rítmicamente.
Cumplía un paseo sin alborotos cargando una ligera mochila de tedio. ¿Quién habrá pisado estas mismas baldosas que ahora estoy pisando?, caviló deteniendo la marcha.
Un viento frío sopló como una ávida amenaza cuando abrió los ojos y la imagen lo devolvía a su habitación, ya sin ánimo de partir hacia la urbe.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora la urbe es tu inspiración, dejas mucho por decir, porque yo también pienso en ella como fundamento para mi arte.

Besos y abrazos

El Profe dijo...

Muy buenas letras para comenzar este lunes, muy buenas observaciones... Caminando se fija el rumbo.
¡Saludos!

Anónimo dijo...

Hola!
Que haces Guachin!
La verdad hoy tengo un dia medio vago , medio con sueño porque dormi muy mal anoche asi que no me parecio GUAU la historia de hoy. Pero bueno , debe ser mi dia. Sorry!

besonessssss

Juancho!

markitoxxx dijo...

como el "rumbo" marca tantas decisiones y opciones en nuestras vidas...

abrazo

Anónimo dijo...

Baldosas pisoteadas por tantos que sin embargo toman rumbos diferentes.

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