Mamá no nos dejaba ir más allá del camino que bordea el lago, nos había dicho en cientos de oportunidades que era peligroso, nos había contado historias que repetían los lugareños sobre monstruos terribles que secuestraban a los niños convirtiéndolos en entes sin voluntad propia, como las películas que nos gustaba ver con Juan los viernes a la noche, cuando teníamos permiso de dormir hasta tarde, porque el sábado no teníamos colegio. Monstruos que imaginábamos lleno de pelos y mal olientes, monstruos enormes con rugidos de mil demonios y la fuerza de un toro y la ferocidad de un león. En la primavera recorríamos sendas buscando huellas con nuestros moldes, pero a medida que pasaban los meses el yeso se nos iba poniendo viejo y nosotros quedábamos sin huellas que mostrar.
Las mañanas de sábado desayunábamos a las nueve, era el único momento del día que mamá nos permitía tomar café con leche; cuando sea grande me la voy a pasar tomando café, dijo Juan una vez que mamá lo retó por servirse otra taza sin permiso.
¿y si el monstruo sale de noche? ¿no deberíamos ir de noche al camino que bordea el lago por la noche?¿te animás? Preguntó Juan con una mirada que buscaba complicidad.
Por la tarde preparamos las mochilas con todos los elementos necesarios para la expedición nocturna, sin permiso. Luego de discutir si las linternas encandilarían al monstruo y lamentarnos por no conseguir azufre, habíamos utilizado todo el que teníamos días atrás intentando fabricar pólvora, dejamos nuestras mochilas preparadas sobre un estante de madera al costado de la galería de la casa.
Juan, ¿a vos te parece que vamos a encontrarnos con el monstruo? ¿Por qué saldrán de noche? Si mamá se entera no vamos a salir nunca más de casa.
Calmate, nadie se va a enterar, dijo mientras me mostraba una cámara de fotos con la que pensaba fotografiar a la bestia noctámbula.
La tarde ser hizo de chicle, como ya éramos grandes la siesta era optativa. Optamos por no dormir, pero no por ello dejamos de soñar.
Era preciso armar un recorrido con la imaginación, estábamos eufóricos con la expedición nocturna. La noche tardaba en llegar, el sol se resistía a moverse de su sitio, estático seguía iluminando queriendo evitarnos la noche. Deseamos la oscuridad como nunca en la vida.
Aquella noche comimos sin hambre y rápido, en realidad sólo comimos para que mamá no sospechara, Juan me hizo un gesto que comprendí al instante, siempre nos hablamos con la cara, dicen que un gesto vale más que mil palabras y algo de cierto de haber en eso, porque con Juan simplemente nos mirábamos y sabíamos de que se trataba. Aquel gesto fue preciso: comé para que no sospechen, digamos que vamos a jugar al cuarto y cuando todo esté quieto salimos a buscar las mochilas; o algo por el estilo, ya que los gestos también dejan lugar a ciertas libertades a la hora de interpretar, pero lo entendí así de claro.
Esa noche mamá tardo mucho en dormirse. La luz de su cuarto no se apagaba más.
Seamos pacientes, me repetía Juan a medida que me iba llenando de ansiedad por el encuentro con la bestia, seamos pacientes que en cualquier momento la oscuridad será nuestra aliada.
Un perro le ladraba a la luna, yo podía escuchar mis propios latidos, de noche los sonidos retumban, tienen ecos profundos, todo se escucha más de noche, incluso los susurros con los que nos comunicábamos con Juan. No teníamos reloj, no lo necesitábamos, mediamos el tiempo por el entusiasmo y no tanto por la sucesión cronológica.
Juan… me parece que ya se durmió…
Juan… ¿te dormiste?
Me tapó la boca con la mano, tal vez hablaba demasiado fuerte y con la boca tapada me fue empujando a la puerta trasera para salir. Un chistido corto me obligaba a callar en medio de la penumbra. Tuve un poco de miedo cuando traspasamos la puerta, confieso que la oscuridad siempre me atemorizó, pero el sabor de la aventura era tan grande que podía dejar a un lado los miedos.
Juan buscaría las mochilas mientras yo cerraba muy despacio la puerta trasera, no pude dejar de pensar si al monstruo le gustarían las galletitas de miel y por las dudas busque algunas en la cocina llenando mis bolsillos con muchas, también puse algunas de agua por si al monstruo no le gustaban las dulces.
Juan, susurré, llevo galletitas para el monstruo, ¿vos también querés?
No, tonto, respondió por la ventana.
Juan era más bien práctico, no pensaba mucho en los detalles, a la hora de las grandes aventuras se debía seguir con el itinerario y no le gustaban mucho las complicaciones ni improvisar sobre la marcha. Fue por eso que un tanto se molestó y me llamó tonto, pero a mí no me importó, ya sabía que no me lo decía enserio y también sabía que él sabía que de los detalles siempre me encargaba yo.
Juan, ¿tardaremos mucho?
No me contestó, por eso decidí con los bolsillos repletos, salir cerrando la puerta con el mayor cuidado posible, para no despertar a mamá, porque seguro que si nos veía levantados en medio de la noche nos iba a preguntar qué hacíamos y seguramente no nos hubiera dado permiso para que saliéramos a buscar al monstruo, siempre fue un tanto sobre protectora y por eso a veces debía callarme y no contarle ciertas cosas.
La luna iluminaba nuestros pasos y a medida que caminábamos más se nos acostumbraba la vista. Juan seguí susurrando pero yo no le entendía mucho lo que decía, no sé si había dicho que era una boludez que el monstruo comiera galletitas o algo así de las galletitas, yo le dije que tenía de dos tipos por las dudas y que se las iba a dejar sobre un tronco.
Llegamos al camino que bordea el lago y sacamos las linternas, Juan se colgó la cámara al cuello y la encendió dejándola preparada, porque de ahí en más la suerte estaba echada. Caminamos sigilosos, midiendo cada pisada, para no espantar al monstruo, hasta llegar a un claro cercano al lago y ahí nos atrincheramos a la espera de la venida del monstruo.
Escuchamos unos pasos que se aproximaban hacia donde estábamos, sentí miedo y emoción, le advertí a Juan que me hacía gestos de calma con las manos. Pero…pero, otra vez me tapó la boca.
Se contorneaba no muy lejos la figura de una mujer. Es mamá, Juan, es mamá. Cállate, dijo Juan. En ese instante escuchamos el crujir de ramas secas. Cállate, susurró otra vez pero con más fuerza. El monstruo Juan…
El monstruo no era como lo había descripto mamá, tenía unos ojos grandes y buenazos que no asustaban a nadie, no era tampoco tan alto, sólo le llevaba un par de cabezas a mamá, y mamá no era muy alta que digamos.
No te pude traer las galletitas de miel porque los chicos se las comieron todas… están traviesos, dijo mamá al monstruo que movía la cabeza negando.
5 comentarios:
Una tierna travesura, que me recordó algunas cosas de pequeño. Fíjate tu: el tema del café... mis batallas por tomar café y sin leche para ir a la escuela, que finalmente la terminé ganando para no ir con el estómago vacío... La siesta, que en mi caso no era muy optativa, pero que jamás consiguieran que durmiera una jejejje
La ansiedad de la cena, en la que uno comía algo para no despertar sospechas... hasta ayudar con levantar la mesa para que todo se cerrara temprano.
Yo no buscaba monstruos con mis hermanas, pero sí intentábamos hacer espiritismo, legamos a ponernos bajo una sábana blanca debajo de una higuera una noche para que un espíritu apareciera...
Buen relato amigo!
bueno, bueno mucho
Abrazo fuerte!
;)
Travesuras!!!! si, recorde lo que hacia de niño, genial, siempre me entretienes.
Noooooooo, me encantó el final!!!!
que linda historia!!!!
jajajaaa, te juro que no me lo esperaba ni ahí!!!
por momentos cuando leí me hizo acordar a mi infancia, cuando con mi hermana decíamos que nos ibamos a ir a viajar y conocer el mundo, y llegabamos a la esquina con nuestras linternas y nuestras mochilas y volvíamos corriendo a casa muertos de miedo!!!!
La verdad niño, un relato genial, me llenó de magia!!!
Un besote grande
Max
Pero que historia tan maravillosa!!
Genia la mamá!!! Ya era amiga del monstruo!
Fascinante, me encantó!
Bezotes
Gonza!
Que genialisima! Me re gusto nenito , sabelo que me re gusto!
:)
Genial y excelentemente narrada!
besos!
Juancho!
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